6 dic 2010

Jabalina Transatlántica N3


La historia & La historieta
(trama/molécula + protagonista/visiones)

Muchos afirman que Phil abandonó la cafetería aquella noche. Muchos afirman que Phil nunca ha salido de allí. En parte es verdad y en parte mentira. Como todas las cosas en este mundo.
Aún así, existe, en el último libro de Henríquez, un vínculo inequívoco. Una fina linea transversal que atraviesa todas y cada una de las páginas de La Cafetería. Más allá de la controvertida partida de Phil, lo cierto es que podemos verlo transitar el libro en silencio, como una especie de sombra shakesperiana, vagando entre cada uno de los poemas e incluso más, en aquellos que no guardan una relación directa con La Cafetería. Porque si bien las mesas de ese espacio remoto configuran el sistema nervioso del libro, los callejones y pasadizos que ha de recorrer el lector que quiera acercase a ese sobrecogedor antro, primero ha de adentrarse por este intrincado laberinto salvaje. En este camino (que recomiendo hacer caminando para atrás) Phil indaga al lector abiertamente. Caminarás a campo abierto, por un lenguaje despojado y en apariencia poco pretencioso. Pero has de estar atento, caminarás con un franco-tirador apuntándote a la cabeza.

La parte & El todo

Resulta difícil entender a La Cafetería si no es en toda su magnitud, como una especie de gran molécula compuesta; prácticamente indivisible en ciertos momentos. Sospecho que individualmente, los poemas (y evidentemente el lector), corren con la dispar suerte de la ruleta rusa. Dependiendo un poco del momento y del espacio en el cual salen al exterior, te curan o te matan. Por momentos, es como si los poemas estuvieran un poco huérfanos, como si fueran sólo escalones para subir a esa habitación que ya no existe. No quiero decir con esto que no tengan coherencia en su singularidad, es más, esto no les quita ni un kW de luz propia. Existen en La Cafetería diferentes destellos que nos dejan inigualables climas de exilios internos, excéntricos paisajes de amores pop o algo de rigurosa diversión surrealista. Igualmente considero que la obra toma todo su brillo entendida en su conjunto. Me explico: los poemas sueltos brillan. Los poemas juntos, deslumbran.
Si uno piensa en el libro como una molécula, los poemas de La Cafetería serían como átomos irreemplazables. La dinámica molecular se desarrollaría alrededor de un protagonista ausente. Una especie de ente omnipresente que recorre el libro. Una valencia N, un sordomudo que respira desesperado más o menos a la mitad de todos los poemas. Pero como no tengo una visión clara de la química, lo mejor para visualizar el libro en su conjunto sería la imagen de un árbol solo, movido por el viento en un desierto latinoamericano. Las hojas del árbol serían los poemas, el árbol el libro. El desierto y el viento serían Phil y el lector en constantes partes intercambiables.

Una pos data

Conozco a Hen hace muchos años, con lo cual no puede esperarse de mí una visión objetiva de la obra, primero porque somos amigos, segundo porque nunca en mi vida pude tener una visión objetiva de absolutamente nada. Conozco, eso sí, algunas de las artimañas literarias de Hen, lo cual me ubica en una posición de lector privilegiado. Desde ese lugar, en todo caso, es desde donde salen estas Jabalinas Transatlánticas. Para mí el libro fue siempre como una ruleta rusa. Según donde lo abras mueres o salvas tu vida. Es absurdo pensar que no existe en él una parte con la que identificarme directa o indirectamente. Porque cuando Hen escribe, de algún modo escribe Lhoner y Boris y Surmont. Es difícil de explicar, pero así es.

Una segunda aclaración

Cuando terminé de leer el libro. El café aún estaba caliente.

Abedul de Surmont 
Badalona, Barcelona, diciembre 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te cura o te mata. Salut!

Ariel Guallar dijo...

Lo del café caliente es -sin dudas- lo más cojonudo que me han dicho del libro. Salút torooo!